Cuando descubrí la Misa tradicional,
me dio por escribir sobre la perplejidad de sentirme engañada por la infección
modernista en la Iglesia en las últimas décadas. Y esta necesidad de escribir
coincidió con una propuesta que me lanzaron desde InfoVaticana y que acepté. Yo
les había propuesto traducir artículos de portales católicos extranjeros como
manera de colaborar con ellos, pero propusieron escribir los sábados, el día de
más bajo tráfico en internet, y así estuve casi un año escribiendo semanalmente
en InfoVaticana.
Desde hace un tiempo, sin embargo, ya no tengo mucho que decir. Sin embargo, lo que me enseñó el tiempo colaborando en InfoVaticana fue la idea de poder ayudar a otros a descubrir el tesoro de la Tradición de la Iglesia que yo descubrí, y por eso creo que puedo hacer algo mejor que escribir, que es transmitir en este humilde espacio lo que otros han dicho ya mejor de lo que yo podría hacer nunca. Debo esta reflexión a Rubén Peretó en su libro “El nacimiento de la cultura cristiana”.
Por eso, después de innumerables
borrados y nuevos inicios del blog, lo mantengo para volver a compartir los textos
que más me gustaron de los que hace un año ya fueron publicados en InfoVaticana,
algún texto nuevo cuando creo tener algo que decir y, sobre todo, pasajes y traducciones
de obras de autores actuales sobre la Tradición de la Iglesia.
Éstas son las palabras de la
Introducción (páginas 17 y siguientes) de El nacimiento de la cultura cristiana
que me hicieron pensar mucho en ello y ponerme manos a la obra, al ritmo que
pueda.
“Si verdaderamente amamos a
Cristo y a su Iglesia, debemos ser firmes en conservar lo que permanece, y lo
que permanece es lo que permaneció durante los últimos quince siglos y que los
bárbaros actuales se encargaron de destruir en pocas décadas.
Para recuperar la cultura
cristiana, la cristiandad, con vigor, empeño y decisión, debemos poner manos a
la obra; debemos hacer cosas concretas para recuperar esa cultura perdida o
robada (pp. 18ss). Se trata de un deber ineludible. El hombre debe luchar por
su hogar y, si sus enemigos lo redujeron a cenizas, es nuestro deber reconstruirlo.
Las otras opciones posibles – acomodarse a los nuevos tiempos porque “el reloj
no puede volver atrás” o sentarse en una roca a contemplar llorando lo que una
vez fue esplendoroso – no son válidas para el cristiano. Y lo primero que
debemos hacer para reconstruir nuestro hogar es conocerlo. Si no conocemos la
cultura cristiana, no la amaremos, y si no la amamos, no lucharemos para
restaurarla. La naturaleza humana no cambia. Por tanto, es de prudentes volver
los ojos hacia nuestros antepasados.
Los libros se escriben con libros.
Es éste un principio que los medievales tenían presente y del que hicieron uso
libremente. Y significa que un autor para escribir su libro, “toma” de los
autores que lo precedieron ideas, textos, sugerencias, soluciones a problemas,
etc. Para escribir esta introducción, por ejemplo, yo he tomado ideas de John
Senior y Anthony Esolen. Rábano Mauro, a quien se conoce como Praeceptor Germaniae, escribió durante
el siglo IX una obra muy extensa que ocupa varios gruesos volúmenes. Esta obra,
analizada con modernos ojos eruditos, no es más que un collage de textos “copiados”
de san Agustín, san Ambrosio, algún Padre Oriental y algunos autores clásicos.
Pero en su época, a nadie se le ocurría acusar al abad de Fulda de deshonesto;
y si san Agustín o Cicerón se hubiesen levantado de su tumba, tampoco le
habrían iniciado juicio por plagio. Los Padres y los autores clásicos habían
cortado y cincelado enormes y sólidos bloques de piedra sobre los que se
asentaría la cultura cristiana. Rábano Mauro y sus contemporáneos tuvieron la
habilidad y maestría de disponer esos bloques, tallando un poco acá y otro poco
allá, de modo tal que pudieran ensamblarse. Supieron acoplar un texto de san
Agustín y uno de san Hilario de Poitiers con una referencia a Séneca y, de este
modo, la teología y la visión cristiana del mundo se hacía más completa. Ellos
fueron los arquitectos y artesanos que, con los bloques de piedra recibidos por
la tradición, construyeron las grandes catedrales románicas de la cultura
cristiana.
Plagiar es un acto moralmente
malo y recibe esta calificación porque la intención del que lo comete es
apropiarse de lo que no es suyo; de hacer pasar como propio lo que es de otro;
plagiar es mentir y es robar. No fue ése el caso de los medievales. Su intención
no era robar sino distribuir a los demás lo que ellos habían recibido; era
compartir y era construir, y se consideraban a sí mismos meros transmisores de una
Verdad que no les pertenecía”.
Recomiendo la lectura de todo el
libro, una maravilla de sabiduría cristiana válida siempre y, por ello, hoy
también. En España ha sido editado por Homo Legens y puede encontrarse aquí.
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